Como si fuese el mantra que marcará su vida, Eva Rivadea es una agradecida al básquet. “Me dio una vida nueva”, asegura con el convencimiento que el deporte la ayudó a paliar los golpes que le puso a el destino en momentos cruciales de su vida. Pero, con la “naranja” botando y con la vista en la red, pudo sobreponerse a cada uno de los obstáculos hasta convertirse en un verdadero ejemplo de superación.
Así, a los 67 años continúa sonriente y feliz por estar ligada a ese deporte atravesó gran parte de su camino.
El inicio de esta historia se remonta a 1969. Con la energía característica de la niñez, Eva se definió como una verdadera amante de los deportes. “Me acuerdo que cuando iba a la escuela, siempre estaba jugando al handball o a pelota al cesto”, recuerda sobre aquellos años en los que estudiaba en la Escuela N°49 Juan Bautista Alberdi. “Ahí conocí al profesor Romano que fue el que me impulsó a jugar al básquet en Sportivo Guzmán, que era el club del barrio. Así, con un grupo de compañeras empezamos allí”, señala.
Esa pequeña charla con aquel docente fue suficiente para convencerla de emprender un camino del que nunca se arrepintió. “En mi familia nadie jugaba al básquet, pero mi papá siempre me incentivaba a hacerlo. Me llevaba en la bicicleta porque vivíamos en la calle Blas Parera al 600”, recuerda con cierta nostalgia.
Como si se tratase de una grieta constante en el mundo del deporte, Eva asegura que el apoyo hacia la disciplina no era el suficiente. “No nos daban tanto lugar al básquet femenino. Había un matrimonio de apellido Sánchez que eran los que se encargaban de organizar todo. Se llevaban los equipos que había que lavar, organizaban convivencias y demás. Eran los que se encargaban de todo lo que estaba relacionado al club. Incluso, nuestros padres no nos seguían; mi papá fue un par de veces a verme jugar, pero mi mamá no fue nunca. También puede ser porque éramos siete hermanos y era complicado moverse a todas las canchas”, agrega.
A diferencia de la actualidad, Rivadea reconoce que la prioridad de los jóvenes era conseguir un trabajo lo más rápido posible. Este fue el motivo por el que empezó a trabajar en atención al público en una boutique. “Muchas veces no me daban permiso para ir a entrenar. Por eso dejé de jugar a los 21 y jugué muy pocos partidos en Primera”, indica.
El reencuentro con el básquet se dio por casualidad. “Pasé por el frente de Huracán y vi que estaban algunas jugadoras a las que conocía de vista, como ‘Coca’ Juárez. Me invitaron a volver. Yo ya tenía 35 años y desde ahí nunca más dejé de jugar”, rememora sobre aquel momento.
Para esa etapa de su vida, la maternidad se convirtió en una responsabilidad; por lo que en más de una ocasión fue acompañada a los entrenamientos por su hija menor. “Me acuerdo que la tenía que llevar en coche. Viajamos a distintas provincias cuando jugábamos los Regionales. Hoy, hay muchas chicas que viajan con sus hijos y hay algunas que llevan hasta a sus nietos. Es algo que admiro porque es compartir todo este mundo que vivimos”, dice. “Solo falté a un Argentino desde que comencé este camino”, advierte.
La pandemia le supuso los dos golpes más duros que le dio la vida: la pérdida de dos hijos. “Estaba devastada. Pensé en que no iba a salir de esa situación. Siempre los recuerdo y los vivo llorando. Por más que tenía el apoyo de mis familiares y amigos era muy difícil. Pero ahí es donde apareció el básquet nuevamente. Me acuerdo que mis compañeras me llamaban siempre e incluso ‘Coca’ pidió un minuto de silencio en uno de los partidos cuando estaba volviendo”, reconoce. “Siempre tengo ganas de ir a entrenar. Para nosotras que ya estamos en una edad avanzada, el básquet nos da vida. Queremos viajar, festejar los cumpleaños y así con todo. Es algo que me llena”, agrega.
Entre sus objetivos a corto plazo, Rivadea comenta que junto a sus compañeras de la Agrupación Tucumán ya tienen la mente puesta en el campeonato Argentino de Mendoza. “Siempre que vamos nos reencontramos con amigas con las que competimos hace más de 30 años. Esos vínculos se generan porque nos vimos en todas las categorías, y estamos dentro de este circuito”, confiesa.
Pero la participación también supone sus retos. “Debemos prepararnos económicamente porque tenemos que ahorrar para hacer estas actividades. Ya estoy vendiendo una borratina para juntar dinero porque tenemos que hacernos cargos de los gastos, como el hospedaje y el viaje. Cuando sos veterana, todo sale de tu bolsillo”, explica. “En abril, es el Panamericano en Mérida, México. Con el desfasaje de la economía, es imposible viajar. Más o menos se necesitan $2 millones para poder ir a participar. Sólo la inscripción sale U$S150 por lo que es difícil que vaya alguien de acá a participar. Es todo lo contrario a lo que pasó en 2017, cuando viajamos a Italia varias de acá para jugar el Mundial en Montecatini. La realidad es que hoy, eso está lejísimo”.
Pese a esta situación, Rivadea quiere dejar un legado para las próximas generaciones. Este es el motivo por el que quiere escribir un libro sobre la formación del maxibásquet en Tucumán. “Estuve en la fundación de la Agrupación Belgrano, que nació el 5 de julio de 2011. Como era secretaria, tengo todos los papeles guardados. Es decir, sé todos los campeonatos que jugamos y todo lo que tuvimos que pasar para tener la personería jurídica. Es por eso que quiero escribir un libro sobre toda la cosas que tuvimos que pasar para poder llevar adelante ese proyecto”, sentencia.
Pese a todas las adversidades, Rivadea siente que su vida no sería igual sin el básquet. Este es el motivo por el que quiere seguir dando sus pasos dentro de un deporte que ama con locura y que, siente, es el gran sostén de su vida.